domingo, 30 de octubre de 2016

PARA EL MAGO, NO HAY MAL TRAGO



Disfrutaba este fin de semana de una comida más de familia que de amigos en uno de esos lugares entrañables de la geografía tinerfeña, una casa de comidas en un paraje inigualable del parque rural de Anaga, donde pudimos disfrutar de un sabroso escaldón y un puchero típico con todos los aditamentos que casi me llegó a reventar el botón del pantalón, regado con vino del país, como debe ser, cuando a los postres, mientras departíamos contando anécdotas e historias comunes se produjo ante nuestros ojos una escena sorprendente y cómica a la vez, que por la hilaridad que nos produjo después de analizarla no puedo menos que relatar para disfrute de todos.

Resulta que en una mesa cercana se encontraba un señor de ya cierta edad, con un fino bigote muy típico y ataviado con una camisa blanca impoluta jalonada de una interminable corbata negra, que seguramente lucía como respeto al luto tradicional y más que obligado en estos lugares, por el fallecimiento de algún ser muy querido. Este hombre había estado comiendo en la misma mesa junto con un chico joven, tal vez de su propia descendencia, el cual se había alejado de la mesa para pagar la consumición, dejando solo al primero, que procedía en ese momento, ya levantado, a sacar de un curioso pastillero lo que debían de ser unas dosis para combatir o mantener a rajatabla algún mal, que no fuera el de comer bien y beber lo justo para no faltarle el respeto a nadie, algo muy típico de nuestra gente mayor, repleta de sabiduría y sentido común.

El caso es que este hombre, luego de tomar una primera pastilla sin acompañarla más que de su propia saliva que parecía escasa por el gesto, colocó en su boca con exquisito cuidado una segunda pastilla con la intención de enviarla al mismo lugar que la anterior, pero para asegurar el éxito de esta dificultosa empresa no teniendo nada mejor a mano, cogió de la mesa una botella sin marcas ni etiquetas de color ojogallo, que bien podría haber contenido un caldo que conozco como clarete y tras desenroscar su tapón con cuidado, sin olerlo antes, se apretó un generoso buche para ayudar al mal trago de las dichosas pastillas.




Lo que no sospechaba este señor es que aquel brebaje no era vino sino vinagre, y nos dimos cuenta al mismo tiempo por la cara de circunstancias que puso en un primer momento; pero no se crean que el hombre hizo algún aspaviento por aquel sinsabor tan ácido como inesperado, ¡¡¡ para nada!!!, aquello se lo tragó como Dios manda y fueron a parar a la parte más ancha de su tracto digestivo de un solo golpe… solo a los segundos de este impactante momento, frunció el ceño y poniendo la misma cara que el Fary comiendo limón sacudió la lengua y se estremeció solo por un segundo.

Parece más que evidente que estos hombres están hechos de otra pasta, ni se inmutó, solo empezó a andar de forma lenta y cuidadosa hasta la barra del local, agarrándose a la misma para solicitar un trago de agua que pudiera rebajar aquel agrio trago y poder salir, siempre inhiesto y altanero de aquel local como si nada hubiera pasado.

Después de una media hora lo pudimos ver de nuevo en saliendo de otro local de la misma zona, un poco más entonado y con la tez más sonrosada; en ese momento quedamos convencidos que no sufrió daño alguno, se recuperó de forma airosa de aquel incidente del que solo nos dimos cuenta nosotros y el afectado, que seguía luciendo su impoluta camisa blanca con su interminable corbata de luto de nudo gordo atada a su cuello.

Está claro, para el “mago” no hay mal trago.