martes, 14 de diciembre de 2010

MI AMIGO PEDRO




Hoy aprovechando mis vacaciones salí a hacer fotos, y para encontrar un lugar diferente desde el que realizar panorámicas de Santa Cruz, me dirigí a la montaña de Taco, sobre el barrio de las Moraditas. Desde allí el paisaje se contempla esplendoroso, con claridad y luz se sacan unas fotos espectaculares, y uno se siente casi volando sobre las casas y los tejados de fábricas de los polígonos cercanos.


Una vez tomadas unos centenares de imágenes, bajé por la ladera hasta el barrio de las Moraditas de Taco, y deambulando por sus estrechas calles de nombres gomeros casi todos, llegué hasta un pequeño claro entre las casas, desde donde se podía divisar una vista espectacular de la capital, con el mar y la montaña a ambos lados, favorecido por el sol radiante de las 12 del mediodía.

Y mientras estaba en ese lugar, se me acercó un joven bien aseado que creyéndome un guiri de los que hacen fotos no descansó hasta que le hablé en mi lengua nativa, que no es otra que el castellano, preguntándome por mi condición hasta en nueve idiomas diferentes (creo recordar Inglés, Francés, Italiano, Portugués, Chino, Japonés, Ruso, Catalán y finalmente en español).

Su lógica sorpresa no era ni por asomo parecida a la mía, ante esa exhibición lingüística, pero lo que de verdad me llegó a impactar y casi me rompe el corazón y el alma misma fue su historia, que recibí de sus propios labios de forma pausada y nerviosa y que me gustaría contaros a continuación.

Pedro nació hace ya treinta y cinco años, en el seno de una familia numerosa, muy numerosa, como las de antaño. Tiene ocho o nueve hermanos, no sabe precisar muy bien, recuerda a duras penas el nombre de todos pero si recuerda otras cosas que le han marcado trágicamente su vida.

Con tan solo siete años, fue violado hasta en tres ocasiones por su tío, en su misma casa. Su padre, que ahora está ingresado en Santa Rita, le indujo al alcoholismo desde muy pequeño, porque según me contó, su padre le decía “bébete un vaso de vino para que te hagas un hombre..”. Su madre y una hermana que tiene inválida se hallan ingresadas en el Febles Campos, el resto de sus hermanos salvo dos hermanas que viven por el sur y a las que la vida les va relativamente bien, están metidos en centros de desintoxicación, se dedican a este mal negocio o están desaparecidos.

Por eso Pedro está sólo…

Y ustedes pensarán, pues mejor así… claro, yo pensé lo mismo en principio, pero Pedro tiene otros problemas muy personales, ya que además de ataques de epilepsia, padece de Esquizofrenia, por lo que debe estar continuamente medicado, circunstancia esta que lleva a pesar de todo con un exquisito control ya que conoce de los riesgos de su padecimiento, a pesar de tener un cierto retraso, de esos que mis paisanos dicen que le falta un agüita o un hervor.

Después de un ratito de charla, me insistió en que viera su casa, para conocer como se valía por si solo, a lo que yo accedí.



La casa, que era de su padre y que ahora ocupa él, tiene unos 40 metros cuadrados, con cocina, baño con ducha y urinario, sala de estar y una habitación con ventana… Todo muy bien, salvo que el suelo es de cemento y tierra, la cocina no tiene un mueble sano, bueno, ni la cocina ni el resto de la casa, la ducha sobre el cemento con el urinario en unas condiciones indescriptibles, la habitación oscura, húmeda, lúgubre, alumbrada apenas con una vela, pues no tiene luz eléctrica, y la salita de estar, está llena de cosas inservibles como una lavadora sobre la que depositaba sus útiles de afeitar o para lavarse, una par de sillas de vertedero, dos muebles armario sin colgar que le regaló un vecino y una mesa de formica con todos las cosas viejas, ropas y demás que dejó su padre antes de marchar.

Sobre el estado del fregadero, creo que no encontraría palabras y prefiero no recordarlo.

A pesar de esta terrorífica descripción, Pedro estaba limpio y aseado, portaba unas botas de montaña nuevas, regalo de la Cruz Roja de La Cuesta según me repitió unas treinta veces a lo largo de nuestro encuentro, y las tenía desabrochadas porque era más fácil para acostarse rápidamente ya que la medicación le deja prácticamente tumbado, estando casi todo el tiempo casi colocado.

El camastro era también indescriptible… apenas un somier con patas, con un colchón que me pareció de lana o de borra, unas sábanas, eso sí limpias, pero ninguna manta. “Anoche pasé mucho frío, y me tuve que abrigar con la ropa” me dijo esbozando una sonrisa. Me fijé que no llevaba calcetines, y me dijo que no tenía, como tampoco tenía un abrigo o chaqueta, o un jersey, y los únicos pantalones que tenía los llevaba puestos.

En el fregadero vi una fiambrera con restos de comida, y me dijo que una vecina, de la que no sabe ni su nombre, le trajo comida ayer, porque no tenía nada para comer. De hecho, hoy no había comido nada, tenía en la alacena una caja de leche, gofio, azúcar y cuatro panes pequeños, que tuvo que comprar en un bar, porque la tienda donde compra habitualmente está cerrada. Resulta que Pedro, para evitar beber y emborracharse y asegurar la comida mensualmente, le deja a la tendera cada mes 250 €, y ella según va cogiendo los productos le va restando de esa cantidad, pero ¡oh fatalidad!, la tendera se ha ido de vacaciones, ha cerrado la tienda y le ha dejado sin dinero ni alimentos…

Me contó cosas de su vida, que era un muy buen estudiante, tanto en el Colegio como en el Instituto de San Benito en La Laguna, donde sacaba sobresalientes dado su elevado cociente de inteligencia (que no necesitó demostrarme mucho porque se veía en cada frase que expresaba sosegadamente), que su madre a la que tienen adoración, le cuidó y le enseñó a leer con solo tres años y medio, y que desde entonces no ha dejado de leer, que es un devorador de libros o al menos lo era. Me enseñó las lecturas que tenía sobre la mesita de noche, junto a la vela, y solo tenía tres libros, uno de Sigmund Froid, otro de la vida de Albert Einstein y el tercero una aventura El Último Mohicano, que según me dijo se había leído ya cuatro veces. Pasmado me quedé…

Luego siguió contándome cosas sobre su familia, sus hermanos, sus primos, los colegas del barrio, etc… Muchos de sus relatos eran sobrecogedores. ¿Cómo puede alguien recibir tanto daño de los suyos, tanta indiferencia de otros, tanto dolor y sin embargo, Pedro no se cansa de repetir que los quiere a todos, que quiere muchísimo a su familia, a pesar de su sufrimiento y abandono.

Casi entre sollozos, llegando la hora de su medicación y una pequeña siesta para reponerse de los efectos de la misma, me despedí momentáneamente de él, porque sentía que debía hacer algo dentro de mis posibilidades siquiera para aliviar su sufrimiento o para satisfacer alguna de sus necesidades más prioritarias, y después de preguntarle que necesitaba me contestó: “Yo necesito alguien que me cuide, que me vea alguna vez entre semana, que me escuche y hable conmigo de vez en cuando… no quiero dinero, tengo una pensión que me arregló el dueño de la carpintería donde estuve trabajando hace unos años, antes que me empezaran los ataques y tuviera que medicarme, son 339 €, que guardo en el banco y solo saco lo necesario para comer, lo que le doy a la tienda. El resto lo guardo para mi madre y mi hermana, y para mi padre porque está malito. Yo no quiero irme a un piso tutelado, porque sería un problema para los otros. Siempre he sido un problema, siempre he estorbado. No quiero aparecer muerto en una cuneta, no quiero drogarme más allá de estos medicamentos que me da la Seguridad Social. Yo cuando están a punto de acabarse, llamo al 012 o voy a Urgencias y como me conocen y conozco el nombre me los recetan y los traigo para casa. No quiero volver a beber, muchos días no tomo ni una cerveza, por eso no llevo dinero, pero la gente sabe que lo tengo y se quiere aprovechar de mí. Solo quiero eso, que me cuiden

Ya cuando marchaba a casa, me dijo “Si pudieras traerme un poquito de turrón… para celebrar la Navidad”. Y eso fue lo que me mató.

Pero ¿qué Navidad va a celebrar Pedro?, ¿la de su minusvalía psíquica y física, la del abandono no se si por desconocimiento de las Autoridades o por desinterés?, ¿pero es que no hay una Ley de Dependencia en este País? ¿Cuántos Pedros más habrá entre nosotros?

Llegué a casa y rápidamente cogí una bolsa de viaje y empecé a llenarla con todo aquello que me venía a la mente; calcetines, camisetas, camisas, pantalones, un jersey, una chaqueta de abrigo, zapatos, y libros, muchos libros… y libretas, folios, bolígrafos porque solo tenía uno y con poca tinta y lo necesitaba para escribir todo aquello que le venía a la mente justo antes de acostarse, o cuando paseaba por la estrecha calle donde pasaba las mañanas y las tardes para no alejarse de su Hogar.

También cogí todo tipo de productos de limpieza y enseres para su uso, y herramientas para arreglar el termo de gas, que no funcionaba y por eso se tenía que duchar con agua fría. El contador del agua que había contratado recientemente me lo enseñó por lo menos seis veces, y se sentía orgulloso, “ahora lo siguiente será contratar la luz, por eso estoy ahorrando”.

Cada vez que cogía una cosa, me acordaba de cualquiera otra que él pudiera necesitar, o que le pudiera servir para rebajar la dureza de sus condiciones de vida, seguro que me dejé muchas cosas, no tenía mucho tiempo, debía hacerlo cuanto antes porque temía que cuando volviera no estuviera allí o no me recordara a mí o lo que habíamos hablado.

Fui de nuevo a aquella calle, llamé a su puerta bien cerrada y me contestó. “Espera Antonio, ahora te abro”, eso me tranquilizó.

Cargado con aquella bolsa repleta de nuevas ilusiones para Pedro, en forma de libros y ropas que muchas veces arrinconamos en nuestras casas, y que algunos dedicamos a obras solidarias y otros lanzan a la basura sin piedad, entré de nuevo en su castillo, y no puedo olvidar la cara que puso cuando empecé a sacar los libros que le había traído, especialmente dos que me pidió de forma muy especial: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez y el Principito, de Antoine Saint Exupery, que dijo haberlos leído de pequeño y le gustaron mucho.

Después de probarse algunas prendas, como el calzado que más o menos había atinado en la talla, le noté un poco azorado y nervioso, por lo que le recomendé que descansara un poquito que yo iba a buscar algo de comer para los dos. Resulta que durante el día de hoy, no había comido nada y la medicación le dejaba el estómago encogido, pero el hambre no se le quitaba con pan solo. Me acerqué a un bar cercano, y encargué dos bocadillos de Lomo y Queso, con mucho lomo y mucho queso, y dos refrescos de sin excitantes, me tomé un cortadito y le compré un paquete de Kruger, porque era lo que fumaba.

Luego de recoger la comida, me encaminé de nuevo hacia su casa, y al subir por una de las calles me di cuenta de su nombre “EL BUEN PASTOR”, no pude menos que emocionarme todavía un poco más, por todo lo que estaba viviendo en este día.

Llegué a la casa, y Pedro estaba llorando… “¿Pero por qué haces tú esto por mí?”, yo le contesté lo primero que me vino a la cabeza “porque seguro que tú lo harías por mí también”.

Pedro no es un chico guapo ni bien parecido, es como muchos de esos jóvenes castigados por la vida, unos por las drogas, otros por la marginación social, otros por los dramas familiares, por las enfermedades, por el paro, por la crisis, que se yo, por todo lo malo y desagradable que tiene este mundo que puede ser a la vez tan maravilloso como el paisaje que se divisa desde la puerta misma de su casa y tan dramático como la historia de este niño grande.

Yo maldigo a quién violó a Pedro y a tantos otros cuando eran niños, maldigo a los políticos barrigones que engordan sus alforjas a costa de las desgracias y miserias de los demás, maldigo a los que miran para otro lado sin ver más allá de la apariencia de un ser humano, maldigo a los que no saben leer en el corazón de los desgraciados, maldigo a quienes se forran a costa del veneno de las drogas y del alcohol, maldigo a los prostitutos de la política que se venden por un plato de lentejas, maldigo a todos los bichos y miserables que no merecen llamarse padres, hermanos, hermanas, tíos, primos, vecinos y demás. Yo maldigo en fin, a todos los que se aprovechan de las desgracias ajenas, porque ese es precisamente el mayor de los miedos de Pedro, que se aprovechen de él.

Pedro, como muchos otros de nuestro vecinos y conciudadanos, cada uno de ellos con sus problemas peculiares, sus sufrimientos y padecimientos no es más que el resultado de una mala estrategia social, del triunfo de una sociedad del consumo por encima de una sociedad humana, que propugne otros valores desde la educación de los hijos, la vida sana, el bienestar de todos, etc… y no que se vea abocada a abandonar a sus hijos en el mismísimo seno familiar a los abusos de otros que quizás también los padecieran, o el alcohol les llevó ciertos comportamientos antisociales y deplorables. El Estado debe hacerse cargo de sus problemas y por medio de leyes justas y dotadas suficientemente debe acoger y ayudar a estos fracasados de la sociedad, por encima de partidos políticos, de siglas y de diferencias. Las administraciones públicas están obligadas a conocer y hacerse cargo de estos problemas, arbitrar las soluciones, y tomar decisiones, sin establecer tantos parámetros, ni tantas evaluaciones, ni crear tantos organismos, ni organismos para asesorar a otros organismos etc… porque los disminuidos psíquicos no entienden de burocracia, sobre todo si están completamente solos en la vida.

Si no se ayuda convenientemente a Pedro, como a muchos otros, estaremos fracasando nosotros como personas.

Después de comernos los bocatas con el refresco y echarnos un pitillo, me aventuré con su permiso a entrar un poco más en su casa; primero arreglamos el termo, y digo arreglamos porque le enseñé como hacerlo, luego pasamos a la cocina, limpiamos todo lo que había en el fregadero, y el fregadero mismo, quedó reluciente… al menos yo notaba un brillo diferente. Pedro se encargó personalmente de limpiar el tupperware de la vecina y el cubierto que le dejó, y lo embolsó una vez seco en una bolsa para devolverlo posteriormente.

Quitamos alguna bolsa con basura pero no crean que mucha. Me llamó la atención que no había bichos en la casa, ni cucarachas, ni hormigas ni moscas… nada. Le comenté lo esencial de mantener siempre limpio el fregadero y los sanitarios y me insistió “pero el suelo está límpio verdad “ pues sí, a pesar de ser de cemento y tierra estaba muy limpio, ni colillas por el suelo ni papeles, nada. Le dije que si dejaba alimentos o cosas sin fregar, olería mal y vendrían las ratas, y me dijo “como venga alguna, me la papeo… le quito la hiel, la piel y me la como”. Luego se sonrió, y me quedé más tranquilo.

Después limpiamos la cocina de tres fuegos que tenía desconectada porque le daba miedo “Da fogonazos y no sé como funciona, además como no se cocinar”. Después que la limpiamos entre los dos, le enseñé como funcionaba y probamos con la cafetera de su padre, claro que como no teníamos café la pusimos solo con agua. Después de lavarla, le indiqué como debía preparar el café, la montó con agua y la probamos, salió perfecto. Menuda ilusión le hizo, me dijo “que pena que no tenga café, pero mañana saco cuatro euros y voy a comprar un paquete para hacerme el cafelito por las mañanas, cuando quieras puedes venir a tomar café”.

Ya llegada la media tarde, nos sentamos en la entrada, bajo el Altar de sus santos, que tiene formado por unas cuantas imágenes y fotos religiosos presididos por el Cristo de los desamparados, al que dice: “le pongo caramelos, para hacerle más dulce la vida y el rezo todas las noches antes de acostarme pidiendo por mi madre, mi hermana, mi padre, mis hermanos, y ahora también pediré por ti, Antonio, para que encuentres la felicidad y la paz, y sigas haciendo cosa buenas los demás”… Se me encogió el alma, y ahora, cuando estoy escribiendo esto, acordándome de sus palabras, se me volvió a arrugar otra vez. Cuanta bondad, cuanta paz encuentro al escucharle hablar con el inmenso corazón que tiene Pedro.

Un corazón que está muy débil, me dijo que cree que se está muriendo, que la vida es muy corta, que con treinta y cinco años no ha podido entregar al mundo lo mejor que tiene, sus conocimientos, su ideas a veces un poco infantiles e ilusorias a veces de una gran profundidad. Yo por su puesto le dije que no, que no puede morirse al menos hasta tener tantos años como yo, que tengo cuarenta y cinco, y me dijo “entonces solo podré alcanzarte después que hayas muerto”. Cierto, reflexioné y nos reímos.

Me contó finalmente, a después de insistir mucho, que una de sus hermanas, que ahora está arrejuntada con un argentino, lo pasó muy mal, y estuvo con cáncer, tratada con quimioterapia, calva y en los huesos, y que ella le pidió a Pedro que le diera más vida, quizás pensando que poseía algún don especial. Él se la ofreció y ella ahora está estupenda. Tanto que no se acuerda de él para nada. Pero aún así, la perdona, la quiere y reza por ella.

También recuerdo que me contó que su abuela, cuando era pequeñito, le contaba cosas que él no llegaba a entender entonces pero ahora si que les encuentra sentido y espetó "que razón tenía mi abuela".

Ya llegaba la hora de volver a casa, y debía despedirme de Pedro hasta algún otro día, “no te olvides que aquí tienes un amigo, cuando vuelvas estará todo mejor y gracias por los libros, los pantalones” etc. No se cansaba de repetirlo. “mañana voy a la Cruz Roja de La Cuesta a ver a los chicos, a lavar la ropa, la llevaré en tu bolsa para traerla limpia y planchada, y les llevaré algún libro para que vean lo que me han regalado, les hablaré de ti, gracias amigo”…
Y marché a casa.

Reconozco que durante el tiempo que llevo redactando este relato, en el que he intentado ser fiel a la realidad de lo que he vivido en el día de hoy, he tenido en muchos momentos un nudo en la garganta, y unas ganas de llorar tremendas, por lo que ha significado para mi esta vivencia.

Los que me conocen saben que suelo estar siempre entre las nubes, pero me he dado cuenta que en es en el suelo, en la tierra, en nuestras escondidas calles donde está el verdadero cielo.

Pedro me ha enseñado en apenas seis horas muchísimo más que lo que en cuarenta y cinco años de vida he podido estudiar o vivir, o incluso en otros cuarenta y cinco años más. Me ha enseñado el valor de los buenos sentimientos, del amor de un hijo por sus padres, de la dignidad ante la adversidad o la pobreza, de la capacidad de superación ante las fatalidades o la enfermedad, de la resistencia ante las tentaciones físicas o psíquicas, y alguna otra cosa más.

Pero por encima de todo, me ha enseñado el valor de la AMISTAD, porque ahora Pedro es mi amigo.


Pdta. Ya me he puesto en contacto con los servicios sociales de Santa Cruz, donde tres maravillosas personas, me han atendido, me han orientado sobre el particular, sabían y conocían algo sobre la historia de Pedro y estan trabajando para mejorar su situación. Gracias a Pilar, Ángeles y Marta, y a todas las demás personas de los Servicios Sociales de Ofra, que se dedican a ayudar, escuchar y asesorar a aquellos que lo están pasando mal y necesitan ayuda. Gracias a todos los demás trabajadores o voluntarios de cualquier otro distrito, ayuntamiento o lugar de Canarias. Gracias porque su ayuda y su impresionante trabajo es impagable. Gracias.

5 comentarios:

  1. Gracias por compartirlo Antonio. Me has emocionado al límite, tengo un nudo en el corazón.
    Estas cosas te hacen replantearte toda la vida. Te hacen ver el valor tremendo del amor, de la compasión y de la aceptación y sobre todo te cambian los esquemas mentales.
    Tenemos mucho que aprender, si queremos.
    Pero no son sólo los políticos los responsables, SOMOS TODOS RESPONSABLES del estado de nuestra sociedad. Hemos hecho dejación de nuestros deberes ya que no vivimos aislados. Formamos una colectividad en la que cada uno cuenta. No podemos seguir exigiendo sin dar nada a cambio...
    Cuando vuelvas a ver a Pedro, dale un fuerte abrazo también de tu prima Rosi

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  2. Impresionante...así es la vida y tu que muchas veces vives situaciones límites seguro que sabes valorar la grandeza de las pequeñas cosas...

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  3. Sr. Rastreador
    Evidentemente queda de manifiesto que no practicas una solidaridad de salón. Has tenido el valor de molestarte y de "perder tu tiempo" con alguien en que, en principio no te iba a aportar nada.

    Me fastidia muchísimo que la gente tenga tan buen corazón y después no haga NADA para demostrarlo. Estoy tremendamente cansado de que los buenos sentimientos y ganas de ayudar a los demás, terminen en un click al reenviar ese mensaje o powerpoint de ayuda para pasar luego al siguiente mensaje en el que veremos algo divertido o de contenido sexual. Ese es el tipo de compromiso social y humanitario que tiene hoy en día la mayoría de la gente desde su cómoda butaca frente al ordenador. Seamos sinceros y mirémonos el ombligo, ¿cuántos mensajes de petición de auxilio recordamos? ¿Y de contenido histriónico o sexual?

    ¿Y dónde quiero llegar con todo eso Sr. Rastreador? Pues a decirle que ¡chapeau! Muy pocas personas agarran el toro por los cuernos y hacen lo que usté ha hecho. Eso lo engrandece como persona. Ha sido un placer leer estas líneas. Un saludo

    Elfleyi

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  4. Me ha encantado. Gracias, no sólo por contarnos esta historia, sino por dejarnos con el corazón lleno de esperanza, porque hay gente como tú. ojalá todos fuéramos como tú, antonio. Si fuera así, habría menos Pedros y menos personas a las que maldecir.

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  5. Me ha encantado y emocionado, algo raro en mí

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